Desde una observación casi distraída que pude hacer sobre algunas opiniones en referencia a determinados temas actuales, estén estos dentro del ámbito político, social, cultural, etc. Note que existe una banalización de la opinión. “Opinar por la opinión misma”, diría Dolina. Sin a caso conocer el objeto [entendido esto como la cuestión a debatir] se realizan muchísimas crónicas que parecen explicar de forma determinante y con contundencia dichos temas. Se respira un aire de participación de la
opinión de forma obligatoria, como si estuviésemos coaccionados a emitir un juicio sobre cada acontecimiento de la realidad cotidiana. Puede que no esté mal, seguramente que no, opinar y dar perspectiva a la realidad. Pero cuando esto se realiza sin una base de conocimiento previo o simplemente sin una sola idea del funcionamiento, comportamiento, reacción u otra característica del tema a abordar, se torna un poco inútil e infructífero llenarse la boca de palabras y frases hechas que conducen solo a la distorsión aún mayor del problema establecido. Esto se debe a que existen personas que se aferran a comentarios que provienen de otras que expulsaron al aire premisas sin siquiera preocuparse por los efectos degenerativos que pudiese generar aquellas nociones sobre el objeto en cuestión. En definitiva se terminan analizando aristas que no llevan a buen puerto la solución, si es que requiere de ella.
Notarán, si están de acuerdo al menos en parte, que este tipo de fenómeno acontece en el ámbito más consuetudinario.
Por otra parte y si salir del punto al que quiero referirme, note también que las posturas críticas negativas, la indignación, son las más via
bles y fáciles de tomar a la hora de opinar cuando no sabemos a lo que nos estamos refiriendo.
Opinar duramente y críticamente sobre la realidad les da a algunas personas, o ellos lo creen así, una etiqueta de razonamiento que no poseen, una característica de buenos oradores, una elegancia que les sirve para aparentar sapiencia en los círculos en los cuales se relacionan. Muchas veces estos círculos sociales son visitados por personas que tienen en común esta característica, ya que de otra forma cualquiera huiría despavorido en busca de un libro o información para evitar caer en tal facilismo desgraciado.
Lo peor de este asunto es que cuando alguien de exagerada paciencia intenta hacer entrar en razón a aquellos derrochadores de
opinión para hacerles notar que existen diferentes perspectivas pero que también debe uno saber de qué habla, para evitar caer en discusiones sobre puntos inexistentes del tema tratado, surgido de la misma desinformación, aquellos no dan brazo a torcer a la ignorancia y se aferran a su contenido dándole una entidad científica, un determinismo violento que parece no desaparecer jamás. Y contentos se retiran como triunfantes sin saber que quien con humildad se ha acercado, se acaba de retirar solo por la falta de competencia a la hora de intercambiar ideas razonables en un marco real y creíble.
En fin, tengo la esperanza de que con la nueva generación de profesionales en materia de
educación, esta situación se revierta para bien y podamos tener un futuro más sólido en perspectiva, donde las discusiones sean un elemento de intercambio de nociones aceptables y aplicables al contexto en el cual nos desarrollamos diariamente.
Ariel Ruocco