“Podríamos ir al parque”, grito ella con una sonrisa que mostraba toda su alegría, consciente de que al día siguiente todo volvería a ser como lo es hasta ahora. Una vida perfecta. Perfecta porque el amor es perfecto en toda su gama de sensaciones, y ella hoy todas las posee, porque tiene consigo al amor de su vida. Siente que no hay nada más maravilloso en la vida. Tanta espera valió la pena, los momentos vividos borran del pasado el sufrimiento haciendo nacer nuevos
recuerdos inmortales. El amor es ella. Ella lo siente y lo tiene. Su amor es él, el lo sostiene y la completa.
De un momento a otro, algo inesperado sucede, un evento terrible y triste se desarrolla.
Él ya lo sabe, pero no puede decírselo, todavía faltan varios días. Con un esfuerzo que solo un enamorado logra, puede conservar la noticia. Todas las noches sueña con ese terrible momento, despierta en sudor y vuelve a dormirse. Su amada todavía no lo sabe.
Llorando en soledad busca miles de soluciones, intenta cambiar su nombre, intenta falsificar sus documentos, intenta mentir sobre su condición apta para su futuro, pero todo es inútil. Sabe él, que el día llegará, deberá decirle a ella, todo... Pero no quiere hacerlo hasta el último instante. Con la nobleza y valentía de un caballero, soporta el dolor y la terrible desesperación frente a su amada para no herirla y
dejarla gozar que otros días de pasión.
El momento se acerca; mañana mismo. El debe cumplir, ella no lo sabe aún.
Cuando se encuentran el muchacho lleva a su amada hacia el puerto, para admirar el mar, dijo… Cuando llegan un enorme barco se encontraba. Sin mucha sorpresa ella lo pasa por alto. Nunca imagina una mala noticia. Cuando se acercan, él se detiene y con lágrimas en los ojos expresa… “Josefina, hoy debo partir en este barco, yo como tantos y tantos, no sé si volveré a verte, no sé si se producirá mi muerte, pero la guerra me
espera y es la obligación que compromete a la vida de mis padres la que me llama, amenazados ante una negativa de mi parte.
Josefina, nunca dejaré de amarte, pero hoy llegó el día de mi partida. El viaje del que no se vuelve, el barco que guarda mi muerte, son mis lágrimas las que se quedan y son tus ojos los que recuerdan. Josefina, por favor, no te entregues a la nostalgia, pero, Josefina, por favor, nunca me olvides, pues nunca lo haré yo”.
Ella retrocede unos pasos mientras sus ojos se nublan y su mundo se destruye. Sus lágrimas llenan sus mejillas y es el grito de su llanto el que ignora hoy el viento de la felicidad. Se abrazan, se besan… Es el adiós. El barco se mueve, su vida se marcha para siempre. El barco se mueve y la vida se queda en el puerto. Entre la niebla desaparece y cinco horas de viaje parecen una eternidad que no deviene en la vida. El no lo soporta… Se dispara.
Ella lo espera sin saber… Que ahora no
espera a nadie...
Todas las tardes sentada en el muelle, rodeada de niebla, frio y una oscuridad que pocos parecen apreciar, se encuentra la joven enamorada, con una esperanza ciega que le dice… “Aún
espera, no te rindas… Él vendrá por ti”.
Hoy mismo al pasar por allí, se puede notar un pequeño suspiro, una sensible mirada... Es la enamorada negándose al
olvido.
Ariel Ruocco