Romana y Máximo

  Era una tarde negra y fría de junio. Se podía apreciar el silbido del viento al compenetrarse en sus kilómetros por hora con los grandes árboles de jacarandá. La lluvia en presencias momentáneas escribía sobre el suelo el dolor de la soledad. Ahora intensa e iluminada por los relámpagos que primero en centellas mágicas y luego en estruendos escalofriantes no hacía más que recordar lo sola que se encontraba en ese entonces.
  De un momento a otro y como si sus lágrimas hubiesen sido escuchadas, se oyó que alguien llamaba a la puerta. Levantando la mirada y extrañada, ya que no esperaba a nadie, decide moverse para abrir. Al hacerlo, la ausencia… Y justo antes de cerrar la puerta, para continuar con sus melancólicas reflexiones, notó sobre el suelo de la entrada un gran y hermosísimo ramo de flores que estaba mojándose y con él un sobre que estaba ya casi deformado por las pesadas gotas. Apresuradamente recogió aquel presente y cerró la puerta. Encantada por las flores, Romana, no logra si quiera imaginar quien podía ser el  emisor de tan bellos colores y aromas. Llegó entonces a considerar un error del repartidor. Cuando estaba agotándose su curiosidad y entusiasmo, debido al convencimiento de que no era ella la verdadera receptora, alcanza a leer su nombre en el sobre, ya casi borrado por el sometimiento a la lluvia. El medio de los truenos y relámpagos, saca de él una carta al mismo instante en el que se va la luz. De forma casi inmediata prende unas cuantas velas que siempre tenía preparadas y en aquel contexto de tristeza y nostalgia comienza a leer detenidamente el papel…

Querida Romana:
                               Si estás leyendo debe ser porque recibiste mis flores. De todas formas jamás sabré si en tus manos tienes mis palabras pero con un optimismo casi sorpresivo en mi, voy a suponer que tus ojos siguen las líneas de esta carta ahora. Te pido que no leas mi nombre al final de la misma hasta que no llegues a la última cavilación de mi mente volcada de alma y corazón sobre este fino trozo de madera fina. Ya que creo que a medida que mis palabras fluyan en tu mente sabrás de quien se trata. Al menos tengo la esperanza de que así sea, sabrás que nunca estuve convencido de mi mismo y quizás mi persona cambia como los días y las noches haciendo imposible distinguir características propias de mí.
  Como amigo te escribo y como amigo desconozco la razón de nuestra distancia y de nuestra ausencia. Si recuerdo la última vez que pudimos intercambiar algún tipo de afecto fue hace más de cuatro años cuando con risas y lágrimas reconocíamos la gracia de Alejandro Dolina al hablar de las relaciones de pareja y toda su rama de reflexiones acerca del amor y la vida.
  Tu recuerdo vive en mi y si bien creo que todavía nuestra amistad conserva todo su esplendor, te escribo por una razón que esta por fuera de mi control y del tuyo también. Todos conservamos secretos a lo largo de nuestras vidas, secretos que no compartiremos con nadie, porque vaya a saber por qué, es necesario que nadie los sepa. En lo particular he guardado siempre algo que es muy especial y si bien lo supe desde niño, también desde niño me dijeron que tal condición, por la cual hoy escribo, se borraría de mi como así como desaparecen las sombras en la oscuridad. Hoy eso no ha sucedido, y a mis 25 años obtengo la noticia más importante de mi vida. La enfermedad de la cual me despojarían los médicos ha brotado nuevamente en mí y es implacable. Ya no puede tratarse y tampoco ocultarse, por eso retirado en zonas lejanas me entrego a mi destino en soledad.
  Al cumplir los 18 años supe que mi vida se extendería hasta más allá de los 50, al menos, y hoy no sé si estaré aquí para la fecha de navidad. Por esto quiero que sepas, Romana, que por ti conocí la amistad y que los momentos que hemos compartido fueron los más gratos de mi vida. Yo deseo con mi corazón poder entregarte las flores que tanto te gustan personalmente, pero  ya no es conveniente, y hoy ellas se convierten en el símbolo de mi despedida y solo son una compañía para esta carta que, deseoso, espero que estés leyendo. Con un dolor inmenso y con lagrimas en los ojos te pido que recuerdes el abrazo de tu ultimo cumpleaños  juntos y luego que mires la base del ramo para encontrar  un escarabajo egipcio, nuestro objeto de la suerte. Que como sabes indica la eternidad. Y por favor recuerda como solíamos fusionarlo con aquellas cosas que queríamos que duraran para siempre, y te pido que lo hagas ahora con aquel abrazo para sostenerlo hasta la eternidad. Ya que si pudiera estar ahí para dártelo, así se sentiría.
  Te Quiero, Romana, sigue tu vida tan activa y pujante como siempre. Serás la gran escritora que siempre quisiste ser y veras crecer aquellos hipotéticos hijos que soñabas a menudo.
  Hoy muero… Sé que me recordarás por siempre  como lo hago al escribirte.
Adiós, Romana…


  Romana rompe en un llanto apagado de tanto dolor justo antes de leer el nombre de su amigo pero sabiendo perfectamente de quien se trataba. Se jacta con rabia, presa de una injusticia, de la trágica condición humana.
  Ya nada volverá a ser lo mismo, nada de lo que ha sido será…