El murmullo de los arboles que reciben las frías corrientes provenientes del sur, parecen querer conducirme hacia lugares a los cuales he tratado de abandonar, quieren recordarme su nombre en un extraño espejismo eufemístico donde las palabras se entrecruzan con la brisa congelada que paraliza mis piernas y vuelve perpetuo mi llanto. Mientras corro contra la corriente, otros aparecen, intentan ayudarme, pero solo quiero llegar allí, allí donde creo encontrar la luz.
Mi alma entumece mi corazón se desprende así de las flechas negras; impacto de un amor perdido. Sigo mi camino y me acerco a vos, encuentro en ti las maravillas de toda una estirpe cósmica, sin refugios de libertad, sin deseos de mald
ad me entrego al placer eterno de tus ojos abiertos y la pasión desatada de la lujuria de nuestros cuerpos, que me libra de las cadenas del mundo y olvida de mi la vieja aventura perdida. En aquella batalla he buscado, lo que hoy he hallado en tus brazos.
La llegada al cielo es tu llegada a mí, cuando escucho tu voz y tus pasos acercándose; en la predicha de tus palabras amorosas, y la extensión de tu cuerpo brillando como mil soles en cualquier oscuridad reinante. Renace la esperanza, florece mis anhelos de vivir, al continuar mi vida allí… allí donde no hay fin.