Era una tarde negra y fría de junio. Se podía apreciar el silbido del viento al compenetrarse en sus kilómetros por hora con los grandes árboles de jacarandá. La lluvia en presencias momentáneas escribía sobre el suelo el dolor de la soledad. Ahora intensa e iluminada por los relámpagos que primero en centellas mágicas y luego en estruendos escalofriantes no hacía más que recordar lo sola que se encontraba en ese entonces.
De un momento a otro y como si sus lágrimas hubiesen sido...
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