"Flecha quilena"

Tras la intensa lluvia que se oye resonar en el extenso lago Tírit y sobre las piedras que dispersamente se encuentran en todo el valle de Germania, invadido ahora por una oscuridad que oculta la inimaginable maravilla de su naturaleza; su verde vegetación, sus extraños animales. El guerrero despierta, todavía cansado y con heridas en sus brazos por el enfrentamiento con aquel grupo de bárbaros que lo tomó por sorpresa hace escasos días.
 Escuchando el cantar de las aves, supone que la noche acabará pronto, y con esta la lluvia y la tempestad.
Así continúa su viaje bajo un cielo gris y apagado.
 Recuerda con rencor cuando fue castigado y arrojado a los bosques por su clan. El gran clan de los Egeos, oriundos de las costas del profundo mar griego.
 Al galope, siente la presencia de otros hombres. Se detiene detrás de unos árboles bien tupidos. Son los más fuertes enemigos de su antigua comunidad, los Quilenos. Llevan marchando varios kilómetros y aparentan querer atacar y luego asentarse, ante la presencia de abundantes víveres y gran armamento para la guerra. Son más de cinco mil. Con ellos sus familias y animales. Una postal típica de su tiempo.
 Ahora, con el sol que se estrella contra su rostro, se acongoja pensando en sus batallas ganadas, sus victorias en pos de la liberación de la tierra expropiada. Lagrimeando nostálgicamente por el anhelo de la vida del verdadero guerrero, la cual logro obtener después de exagerados sacrificios para llegar a integrar la caballería. Pero ahora lleva la espiga de verse traicionado por sus pares, cobardes, al delatar sus creencias ante el rey y toda la aristocracia religiosa. Lo único que le mueve es su sed de venganza, la fuerza de su Dios y el deseo de recuperar a la mujer que ha sabido amar.
Desde entonces, lleva consigo una lista con el nombre de cada uno de aquellos que merecen pasar la eternidad en el infierno. Confía que exterminando a sus enemigos y arrancándoles cada miembro podrá calmar su ira y comenzar otra vez. Pero sabe que tiene solo una oportunidad, y si falla, será capturado y asesinado.
Al llegar a un pequeño asentamiento, reconoce su estandarte. Son griegos y sin darse por enterados de ninguna noticia de expulsión por escándalo religioso, lo aceptan.
 Pasa con ellos varias semanas, resistiendo a cada interrogatorio con puras mentiras, al decir que se encuentra solo ante el extravío de sus compatriotas después de una cruzada con los germanos. Pero los anfitriones le creen y así logra establecer algunos lazos amistosos, con la visión de su compañía hacia el ataque contra su tribu.
 No tiene más opción que confiar en uno de ellos, es la única alternativa ya que solo jamás podrá al menos asomarse a su tierra. Lo hace, corre por su cuerpo la transpiración de un nerviosismo de vida o muerte. Sorprendido, su nuevo par lo entiende y luego de pensarlo en demasía, decide apoyarlo debido a que dentro de su estirpe se está gestando una revuelta contra su máximo mandatario y quiere escapar para no volver. Le promete a Evans, que tendrá a su disposición algunos de sus más allegados para poder regresar y luchar.
Transcurren varios días de preparación secreta; utensilios, armas, alimento, mapas, es todo lo que llevan.
Luego de tres meses lo consigue, está regresando. Parten con éxito rumbo al sur, en una noche helada y ciega. Cabalgando con el viento, a toda velocidad se introducen en el bosque. Evans mira al cielo y pide a Dios que lo proteja; es por él que está ahora en dirección austral. Informa a sus compañeros que faltan solo unos kilómetros para bordear el mar Mireno, y al cruzar este, estarán ya en territorio bajo dominio Egeo.
Logran cruzar el caudaloso mar, sus caballos están exhaustos. Desde ahora toman lo necesario y siguen su marcha a pie por la montañosa Karios, ciudad principal y más importante para los Egeos.  
Luego de algún tiempo, varios aspectos han cambiado. El rey Egeo ya no es el mismo, y la aristocracia sacerdotal pierde prestigio ante la represión y la concentración de poder por el aparato estatal. Pero esto no le importa, va en busca de sus enemigos, quienes lo traicionaron.
Uno a uno van cayendo, sin caer en sospecha debido a las exquisitas estrategias colaboradas por sus nuevos acompañantes y su destreza y agilidad.
Se corre la voz, la ciudad y el estado se alarman. El emperador ordena detener a cualquier persona sospechosa que no esté en su lista en el ejército. En este clima de perpetua tensión Evans sigue, ahora buscando a su amor, Sirena.
Corre hacia el lugar donde vivían antaño, pero no se encuentra allí. Pregunta, haciéndose pasar por un cronista perdido, por el paradero de aquella mujer y recibe una noticia espantosa. Sirena había sido asesinada por el emperador, como recompensa por las malas prácticas de su esposo desterrado. La esperanza y el alivio se derrumban como si una flecha quilena impactara en su pecho. Efectivamente son ellos que invaden nuevamente. Su debilidad lo arroja al piso, donde en una desesperada ira, siente que su Dios lo ha traicionado y que jamás volverá a ver a aquella mujer.
Comprende que a pesar de haber cobrado su venganza contra los traidores, no hay alivio alguno cuando es el amor perdido el protagonista en el corazón.